—Ja, ja, ja, ja –Samantha se rió en la cafetería de la escuela mientras almorzaba con sus amigos y amigas–, esa Clara siempre trae comida muy ABURRIDA. ¿A quién le gustaría ir de picnic con ella? ¡Ja, ja, ja, ja!
Clara, quien estaba sentada en la mesa frente a Samantha, se sintió triste y avergonzada al oír semejante comentario. ¿Quién iba a pensar que Glúcar, además de ser un fastidio, también iba a traerle humillación?
—Ja, ja, ja, ja… y creo que Clara es un vampiro –Samantha continuó burlándose de Clara–, pues la veo revisando sus “azúcares” constantemente… ¡agh! Parece como un vampiro que está tratando de determinar si necesita más comida en su sangre.
Clara no podía creer lo que esa niña estaba diciendo de ella, y además ¡enfrente de otros niños y niñas! ¡Nadie la había tratado tan mal anteriormente! Y entonces pensó: —Es cierto, tengo que revisar mis niveles de azúcar frecuentemente, pero, ¡yo no soy un vampiro! Además, la comida que como ahora regularmente no es mala.
Lágrimas de vergüenza y tristeza salieron de los ojos de Clara cuando Samantha se levantó de la mesa, y todos los niños y niñas sentados alrededor se levantaron también y la siguieron al patio de la escuela.
—Apuesto a que nadie va a querer estar conmigo ahora –balbuceó Clara.
—¡Clara! –exclamó Tomás al acercarse a la mesa de Clara–, ¿por qué dejaste que Samantha te tratara tan mal?
—¡Sí! –gritó Glúcar dentro del cuerpo de Clara–. ¡No puedo creer lo que esa niña dijo! ¡Qué mentirosa que es! ¡Yo no te convertí en un vampiro! ¡Qué idea más loca!
—¿Quién está hablando? –preguntó Tomás mirando para todos lados.
—Ay Tomás, no hagamos esto más complicado de lo que ya es… esa es Glúcar Azúcar, mi diabetes que está dando su opinión –dijo Clara.
—¿Tu qué? Bueno, no hablemos de eso por ahora –mencionó Tomás–, solo quiero decirte que debés hacer algo con respecto a esa Samantha antes de que te trate peor. Vos sabés que ella es una de las peores matonas de la escuela, ¿verdad?
—¿Y qué sugerís? ¿Me podrías dar algunas ideas? –Clara preguntó, muy feliz de haber encontrado un buen amigo.
—¡Tenés que ponerle un sapo bien feo en su mochila! –gritó Glúcar muy animada–, ¡o echarle jugo de limón en su vaso de leche en el almuerzo!
—¡Ja! ¡Eso estaría divertidísimo! –dijo Tomás–, esa Glúcar tuya, o lo que sea, ¡es muy cómica! Sin embargo, lo que creo que hay que hacer para parar a Samantha de una vez por todas, es que hablés con nuestra maestra y con tus padres.
—Si, tenés razón Tomás… –Clara decidió– me voy en este momento a buscar a la señorita Parrish.
—¡Yo prefiero la broma del sapo feo! –gritó Glúcar un poco enojada.
—Yo también –le contestó Clara–, sin embargo eso no me llevará a ningún lado.