—¡Te dije que deberíamos reunir al grupo de apoyo en una casita de árbol y no en la sala de tu casa –protestó Glúcar.
—Estás loca, Glúcar –dijo Clara–. ¡Bien sabés que nunca he construido una casita en un árbol! Y además, no sabemos si a los otros niños les guste trepar árboles.
Clara y Glúcar decidieron iniciar un grupo de apoyo donde pudieran conocer a otros que estuvieran viviendo lo mismo que ellas.
—Tal vez las invitaciones deberían tener una foto mía –se quejó de nuevo Glúcar.
—¡Ay! ¡Dejá de lamentarte! Vas a ver que alguien llegará… –Clara estaba perdiendo la paciencia.
Unos minutos después, Julián, el hermano menor de Clara, apareció con dos niños mayores que él.
—Me parece que han estado esperando a estos dos, ¿verdad? –dijo Julián–. Estaba jugando afuera cuando me preguntaron por vos, Clara.
—¡Hola! ¡Qué dicha que pudieron venir! –los saludó Clara–. Julián, estos son Daniel y Camilla… los conocí en el hospital cuando me diagnosticaron la diabetes, y fue allí donde intercambiamos nuestras direcciones.
—¡Eh! ¿No me vas a presentar a mí también? –gimió Glúcar.
—¡Ja! ¡Todos ya te conocen querida! –se rió Clara.
—Gracias por organizar esta reunión, Clara –dijo Camilla–. Aparte de ustedes dos, no conozco a otros chicos o chicas que vivan con diabetes.
—¡Yo si he conocido a alguien! Un chico en mi escuela también tiene diabetes –manifestó Daniel–. Por cierto, ¿te gustaría quedarte en la reunión, Julián?
Glúcar intervino inmediatamente: —Él no puede. Él no tiene diabetes.
—Glúcar, ¡eso no está bien! –la regañó Clara, y luego se dirigió a Julián–: Por supuesto que te podés quedar hermanito, ¡vos sos tan parte de la diabetes como yo!
—Gracias, pero no el día de hoy… mis amigos me están esperando afuera –contestó Julián mientras salía corriendo de la casa.
Cuando todos se sentaron, Clara preguntó: —¿Y, como están? ¿Cómo les va con la diabetes?
—Bueno –empezó a decir Camilla–, ha sido algo diferente y difícil en mi vida… ¡muchas cosas nuevas que aprender! Además, me quedé sorprendida cuando una de mis compañeras en la escuela me preguntó que si ella se iba a contagiar de diabetes por mi culpa.
—¿Qué? Diabetes, ¿CONTAGIOSA? ¡Ja-ja-ja! ¡No lo puedo creer! –se rió Daniel.
—¡Ni yo tampoco! –exclamó Glúcar enojada–. ¡Eso es algo nuevo para mí! ¡Como si yo pudiera brincar de cuerpo en cuerpo! ¡Ya estaría agotada! ¡Yo NO soy la gripe o un catarro!
—Tu Glúcar habla mucho, Clara –dijo Camilla–, pero la verdad es que tiene razón…
De repente, Daniel preguntó: —¿Alguien las ha molestado a causa de la diabetes?
—¡Ay sí! –Clara brincó de su silla–. Esta matona, llamada Samanta, dijo que yo era un vampiro, y además ¡se rió de mi comida!
—¿Y qué hiciste? –preguntó Camilla aterrorizada.
—Bueno, lo que todo el mundo debería hacer… la reporté inmediatamente con la maestra, y creo que estuvo castigada por un tiempo. ¡Ja! ¡Bien merecido! –Clara sonrió.
—Creo que este chico en mi escuela llamado Juan, que también vive con diabetes, la está pasando muy mal –Daniel se puso serio–. Le dije que viniera hoy a reunirse con nosotros, pero estoy convencido de que él cree que el ser parte de este grupo es únicamente una pérdida de tiempo.
—¡Qué lástima! –interrumpió Glúcar–. ¡Es tan lindo poder hablar sobre lo que estamos viviendo juntos! Además de que nos podemos ayudar… Por cierto, ustedes dos ¡no han dejado hablar a sus respectivas diabetes!
—¡Aquí estamos, Glúcar! –las diabetes de Camilla y Daniel respondieron, y luego la diabetes de Camilla continuó–: Nosotros somos tímidas, y no extrovertidas como vos.
—¡Eso es verdad! –aprovó la diabetes de Daniel, y siguió hablando con un tono pillo–: ¡Pero somos tan peligrosas como vos, Glúcar!
—Ay, nosotros sabemos que la diabetes es una enfermedad peligrosa, ¿verdad? –Clara miró a Camilla y a Daniel.
—¡Aja! –ambos niños asintieron.
Enseguida, la madre de Clara entró en la sala y preguntó: —¿Quién quiere galletas? ¡También tengo frutas! Bueno, y es que ambos son carbohidratos como ya lo saben…
—Sí, pero uno es más nutritivo que el otro –dijo Camilla.
—Y ¿qué importa? Siempre y cuando contemos nuestros carbohidratos y añadamos la cantidad adecuada de insulina todo está bien –intervino Daniel.
—Entonces, ¡continuemos la reunión en la cocina! –exclamó Glúcar.
Todos se fueron a la cocina, y risas de alegría se oyeron esa tarde por toda la casa de Clara.
—¡No hay como pasar un buen rato con amigos y amigas! –Glúcar pensó para sí misma.