—¡Qué emoción, Glúcar! Abuelito y abuelita me han invitado a ir con ellos de vacaciones a una isla en el Caribe. ¡Vamos en avión y saldremos en dos días! –Clara estaba muy alegre–. Volar, el sol, el mar, nadar… –Clara empezó a soñar.
—¿Y yo también voy? –se quejó Glúcar, la diabetes de Clara.
—¡Qué pregunta! Como si nos pudiéramos separar –dijo Clara sarcásticamente. Luego sus pensamientos se fueron de nuevo al viaje, y dijo para sí misma: —Ay, ¡tengo mucho que hacer!
—¿Qué tenemos que hacer? –Glúcar estaba desconcertada.
—El doctor me dijo que como vivís conmigo, debo planear muy cuidadosamente mis viajes, sobre todo si voy a ir muy lejos de casa –dijo Clara mientras escribía una lista.
—Para eso hay que pensar y trabajar mucho, ¡y no me gusta! –refunfuñó Glúcar. Sin embargo Clara no le puso atención.
Clara empacó todos sus medicamentos y equipo de diabetes en una maleta pequeña que llevaría con ella en el avión, y además agregó otros extra en caso de que decidieran quedarse más tiempo en la isla. Además, puso en su mochila algunos refrigerios y sus tabletas de glucosa, pensado que le podría dar hambre o, tal vez, que necesitaría lidiar con los bajonazos de Glúcar durante el viaje. Ella sabía perfectamente cuán pilla Glúcar podía ser.
Clara le pidió a su doctor una carta para el viaje, en caso de que las autoridades del aeropuerto le preguntaran sobre todo cuanto llevaba en su equipaje para Glúcar. También decidió usar en el viaje (y por primera vez) el brazalete de identificación de diabetes que sus padres le regalaron: —Quién sabe, tal vez sea útil… aunque la verdad no me gusta mucho –reflexionó Clara.
La primera parte del viaje se llevó a cabo sin ningún contratiempo. Glúcar se comportó bien en el aeropuerto, y no le dio mucho trabajo a Clara durante el vuelo. Sin embargo, cuando llegaron a la isla, algo inesperado sucedió…
—Clara, las maletas no llegaron –dijo la abuela muy angustiada.
—¡No, eso no puede ser posible! ¿Qué voy a hacer? ¡Buaaaaaaaaa! –Glúcar se echó a llorar, y luego el pánico se apoderó de ella y reaccionó como demente suelta dentro del cuerpo de Clara.
—¡Uy!, de verdad que esta diabetes tuya es loca –notó la abuela.
—Bienvenida a mi mundo –dijo Clara en forma realista, y luego protestó: —¡Calmate, Glúcar! ¿Podés pensar por un momento? ¿No te acordás que traigo todas tus cosas en esta maleta pequeña que tengo aquí? ¡Esta situación no te afecta a vos en nada! Dejá de lloriquear.
—Ni modo, ¡así soy yo! –Glúcar no se sentía avergonzada de su actitud, sin embargo se tranquilizó.
—¡Chicas! –las llamó el abuelo muy contento–. El personal de la aerolínea me acaba de decir que nuestro equipaje viene en su próximo vuelo a la isla y ellos nos lo llevarán, cuando llegue, al hotel donde estamos hospedados.
—¡Qué bueno! Entonces, ¡vámonos! –sonrió la abuela.
Más tarde, ese mismo día, Clara corrió hacia la playa pues no podía esperar más rato para tocar el agua tibia del mar Caribe. Sin embargo, cuando llegó allí, donde el mar acarició sus pies, se sintió un poco extraña…
—Ay no… Glúcar, ¿qué estás haciendo ahora? –le preguntó Clara a su diabetes.
—Estoy tan emocionada de estar aquí que no me puedo controlar, Clara. ¡Creo que me he vuelto una diabetes diferente en esta isla! –Glúcar no podía contenerse.
—¡Estás chiflada! Bueno, en realidad sos la misma Glúcar. Creo que tendré que chequearte más frecuentemente mientras estemos aquí –Clara le dijo a su diabetes. Luego añadió para sí misma: —Qué bueno que decidí usar este brazalete de identificación de diabetes, porque si Glúcar se vuelve loca de remate y yo no la puedo controlar, por lo menos otros podrán ayudarme si no estoy cerca de abuelo y abuela.
—¡Qué suerte tengo que seás una exelente planificadora, Clara! ¡Eso me tranquiliza! ¡Es tan maravilloso no tener que preocuparme por nada! –dijo frescamente Glúcar.
—Gracias, y es que no puede ser de otra manera si quiero vivir bien con vos. Sin embargo dejemos de hablar ahora, ¡y disfrutemos de nuestra vacación! –Clara se sentía muy orgullosa de sí misma.